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LA TIERRA REMOVIDA

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El mundo está muriendo. Está enfermo. Es un ser moribundo, que muere tan lento que parece no importar su muerte. Parece que nuestras diminutas vidas no alcanzan a escuchar sus estertores. Nuestros dolores comparados con el suyo no son dolores. Cuando el tiempo acelere su paso moriremos no una sino millones de veces, todas al mismo tiempo. Será entonces cuando el espacio no alcance a contener todos nuestros cadáveres celestes. 

El mundo está muriendo. Está enfermo. Es un ser vivo compuesto por organismos vivos al infinito. Cada ser vivo es igual a una célula bordada en el manto tisular de la creación. Cada uno de nosotros, día a día, orquestamos el gran cáncer. Lo llevamos corriendo en la sangre, tu y yo, en cada parte de nosotros, infestados.

El mundo está muriendo. Está enfermo. Cavamos con furia en la tumba del tiempo, y el tiempo causa olvido. Olvidamos lo que cuesta nacer. Olvidamos nuestros propios gritos ahogados por placenta y sangre.

Necesitamos del hambre para recordar que somos estómago. Necesitamos del frío para recordar que somos piel. Necesitamos del glaucoma para recordar que somos ojos. Necesitamos del infarto para recordar que somos corazón. Necesitamos del derrame para recordar que somos cerebro. Necesitamos de la leucemia para recordar que somos sangre. Necesitamos de la malaria para recordar que somos hígado. Necesitamos de la tuberculosis para recordar que somos pulmones. Necesitamos del cólera para recordar que somos intestinos. Necesitamos de la muerte para recordar que estamos vivos.

La conciencia solo se expande con dolor y el mundo está vivo y por ello duele y en su dolor encarna el mío.

Enfermedad. Enfermedad, bestia divina, designio diabólico, que devora como mantis religiosa, que succiona hasta el último rincón de lo visible e invisible, que no sabe tu nombre y tampoco le interesa, que no conoce tu sexo, género ni clase y tampoco le interesa, que no conoce de justicia y tampoco le interesa. Mantis despiadada y enigmática que pone pruebas y pone trampas. Es la esfinge que va a donde vayas, y te convence de que es invencible y es eterna. Y sus fuerzas son las tuyas, y sus pensamientos son los tuyos, y tu sombra es la suya. Y es colosal, es absoluta. Esfinge que tarde o temprano se hace presente y parece impenetrable. Y tu cuerpo aprende a volverse líquido para pasar por las gritas de lo inevitable. Luchando por tu peso y materia antes de que ella tome tu lugar y deje un cascaron hueco, horadado en las arenas movedizas del tiempo, y luego haga lo mismo con tu recuerdo. Antes de que trague el brillo en tus ojos y la voz en tu garganta. El enemigo más grande, la pregunta sin respuesta.

Enfermedad, esfinge necesaria que te orilla a decidir entre latir con la fuerza del magma o a disolverte en el silencio de la noche.

Y aquí estoy aferrándome a la tierra removida como una raíz herida.

Luz de quirófano.

Luz que se abre paso a través de tejidos, de los tuyos, de los míos.

Luz que atraviesa firme las venas y arterias del cadáver del mundo.

Luz que atraviesa la tierra y el cielo, el norte y el sur, el nadir y el cenit.

Luz que atraviesa mis células, átomos y recuerdos. 

Luz que por fin atraviesa la noche eterna y la oscuridad más densa.

Mis parpados caen y el cielo llora un hilo de cal, abismo que se abre a mis pies, grieta a dónde incluso la soledad va a esconderse y me deja con la piel cubierta por escamas de angustia, sudando formol sobre un manto de estrellas opacas y el alma desecha en fragmentos de luz

Me puedo ver a mi mismo desde la cúpula celeste, acostado inerte sobre la superficie del mundo, amarrado por finos hilos de cristal y sujetado por herramientas de luz. Estoy siendo abierto por las uñas de los ángeles y veo mi cuerpo vibrando en el eco del tiempo, boca de dios, pozo profundo, halo completo, corona de sal. 

Es mi torso en canal dejando brotar su magma negro y puro sobre mis flores epiteliales y mis jardines rojos de tendones, nervios y ligamentos.

Olas de sangre que han de ahogar a peces que no nacieron para nadar.

Es un costillar repleto de pétalos y agujas, que se abre para recibir un pájaro vivo.

Era el miedo a caer, era sentir que no me respondía el cuerpo. Era una mirada de cuervo. Era la bolsa que mantiene unido mi interior, medusa que detiene la caída de mis vísceras al abismo.

Era una lengua inmaterial capaz de cortar como cuchillo la más fina capa de la atmósfera … y me cortó a mí también, con instrucciones precisas y pulso milimétrico, y me volvió a unir con fibra invisible, conectando vasos sanguíneos y mapas sedientos de irrigación, sedientos de vida, de volver a sentir.

Anastomosis que volvió a unir mi peso a la gravedad, mi cuerpo a mi sombra, mi despertar a la mañana, mis ojos a los colores del mundo. Anastomosis que me volvió a unir con la vida.

Las veces que pensé en soltarme. Las veces que pensé en caer. Las veces que pensé en detenerme y las veces que no había camino para avanzar.

Sobrevivir al mundo, entregando todo lo que no me ha quitado ya.

Sobrevivir al terror de ver a la serpiente morder su propia cola, amenazando con la posibilidad de hacerme caer en su nido de osamentas.

Sobrevivir a la esfinge, a la duda, al miedo, a los largos días y las largas noches, sobrevivir a mi mente, a mi cuerpo, a mis propias trampas, al dolor, al sufrimiento, sobrevivir a la herida, a la cicatriz, a la fiebre, a los mareos, al vómito, al malestar, al sudor frío, a las suturas, a la venoclísis, sobrevivir a la anestesia, al bisturí, al quirófano, al desangramiento, a la muerte. Sobrevivir a la vida.

Sobrevivir al tiempo.

Sobrevivir sabiendo que pasa en silencio.

Sobrevivir al pasado. Sobrevivir al mañana. Sobrevivir.

Ayer tuve que anochecer. Hoy reverdece en mi boca una nueva lengua de fuego. Hoy me crecen especies y continentes.

Y deje a la vida partirme el torso en dos, abrirme como se abre el mar, la tierra y el cielo para recibir en mi interior un segundo pulso que regresará un horizonte a donde mirar, un horizonte a donde caminar.

Y la vida me dio a luz por segunda vez, en el más brutal acto de amor y empatía.

Eran las letras de mi nombre pronunciadas por la garganta del tiempo.

Convencido que sería eco, hoy mi voz emite todos los sonidos de la creación.

Hoy se abre paso un color tan brillante que segrega savia de mis ojos.

Y un zumbido dorado me dice que el martillo del mundo nunca conoció un exosqueleto como él mío, que la tierra nunca conoció pisada como la mía, que hoy soy ingrávido, que nada me va a detener, que voy fluyendo como fluyen las nubes en un amanecer incandescente con las venas perforadas.

Que vivo para hacer posible lo imposible, visible lo invisible, materializar lo inmaterial …

Y aquí estoy, aferrándome a la tierra removida como una raíz herida.

 


Este texto fue escrito apropósito de la cirugía de trasplante renal efectuado al autor en Marzo de 2017. 

Este texto formó parte de la performance «Amanecer: Anatomía de lo terminal» presentada en Julio de 2017. Más Información Amanecer: Anatomía de lo Terminal 

 

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