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BLACKFACE Y RACISMO NAVIDEÑO: Baltasar, el rey mago negro.

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Blackface y racismo navideño: Baltasar, el rey mago negro

El blackface se popularizó en el norte global a partir de 1830 como una práctica teatral profundamente racista que consiste en la exageración y caricaturización de las comunidades afrodescendientes, permitiendo a actores blancos y racistas “interpretar” a personas negras para el entretenimiento y deleite de públicos blancos y racistas, utilizando maquillaje de color negro para cubrirse el rostro y otras partes del cuerpo. Esta práctica no se limita al maquillaje, sino que de hecho se extiende de una dimensión estética a una dimensión performativa: comprende formas de hablar con acentos hiperbolizados así como lenguajes corporales, formas de caminar y moverse, partes del cuerpo exageradas e hipersexualizadas como labios grandes o caderas prominentes, y el uso de cierto vestuario o accesorios que acentúan dicha racialización como lo son las pelucas afro, todo ello basado en estereotipos raciales, culturales o fenotípicos de personas no-blancas.

Sus orígenes están directamente relacionados con la esclavitud y la invención de ferias humanas nombradas con el eufemismo de Jardines Etnográficos que desde 1441 exhibían en Europa a personas de África occidental, secuestradas y despojadas de sus territorios y comunidades, y expuestas a vejaciones, tortura, enfermedades y hambre, bajo la premisa de lo que llamo “exhibicionismo colonial”, definido como un mecanismo de explotación espectacular y de exotización reificante que se sustenta en el racismo patriarcal y colonial que la supremacía blanca utiliza para construir conceptualmente todo lo “otro”  como algo inferior y por lo tanto como no-humano, la zona del no-ser para Frantz Fanon, todo lo no-blanco, no-heterosexual, no-CIS-género.

Aunque a menudo se piensa que las comunidades racializadas (negros, mulatos, prietos, indios, indígenas, etc.) están invisibilizadas o infrarrepresentadas, es fácil constatar un fenómeno contrario: No es que no existan representaciones de personas, grupos y comunidades racializadas (en el arte, la cultura, los medios de comunicación, etc.) sino que la representación que se hace de ellos es una representación negativa que está totalmente normalizada (como lo menciona el artista e investigador cubano Adolfo Albán Achinte), una representación negativa que los visibiliza pero a partir de estereotipos humillantes, falsos, crueles e indignantes, que lejos de acercarse a las realidades de estos grupos y personas, lo que denotan es un claro reflejo del racismo arrogante de la blanquitud que no sólo ha logrado convencer a otros blancos de su supuesta superioridad, sino que ha logrado introyectar esta imagen negativa de nosotres mismes (quienes formamos parte de poblaciones racializadas), imponiéndonos una manera de vernos en el espejo y negándonos la posibilidad de auto-afirmación y auto-representación. La posibilidad de existencia.

Antes de seguir, cabe mencionar que tener la piel blanca no es sinónimo de blanquitud, ni de racismo. La blanquitud no es un color sino una serie de valores y formas de actuar derivadas de la idea de superioridad racial y por lo tanto la blanquitud es racista y racializante. En sociedades racistas tener la piel blanca (blancura) da acceso a una serie de privilegios, sean estas personas racistas o no, deberán estar consientes de ese privilegio. Existen personas de piel no-blanca (morenos, prietos, etc.) altamente racistas y clasistas debido a que han interiorizado los valores de la blanquitud. Existen personas con piel blanca que llevan acabo luchas y activismos antirracistas, regularmente desde la posición de aliados. El blackface ha sido históricamente utilizado por personas blancas (o blanqueadas por dentro) que asumen una superioridad (consiente o inconsciente) al representar de forma negativa a personas no-blancas. En México y a pesar del mito del mestizaje como una herramienta homogenizadora de la narrativa del estado-nación, existe un racismo implacable y la sociedad continúa configurándose a partir de una prigmentocracia o una “cromática del poder”.

Europa, considerada como la “cuna de la civilización”, jugaría el papel fundamental en la exportación de estas formas negativas de representación. La cara oculta del modelo de progreso de la modernidad sería justamente el colonialismo, mismo colonialismo que exportó dicha mirada colonial y racista hacía nuestros territorios, cuerpos y vidas. El teatro isabelino de mediados del siglo XVI llegó a utilizar el blackface presentando personajes negros “interpretados” por blancos: Otelo: El Moro de Venecia (1622) de Shakespeare es uno de los ejemplos más claros, y aunque habrá personas que se opongan a leer de forma crítica a sus héroes y consideren que esta obra es una excepción porque el personaje de Otelo no fue descrito como un salvaje (gracias, pero no gracias) habría que recordarles que 11 años antes, en La Tempestad (1611), Shakespeare creo un personaje definido como un “esclavo salvaje y deformado” llamado “Calibán” gracias a un juego de letras que hace referencia a las palabras “caníbal” y “caribe” después de haber acudido como espectador a una feria humana, razón por la cual este personaje rendía “homenaje” racista a los  “nativos descubiertos en el nuevo mundo”.  Por más benevolente que la historia de las artes escénicas y las autoridades de la dramaturgia quieran recordar a este autor francés, sus creaciones nunca dejaron de estar cimentadas en el racismo.

En 1769 llega el blackface a Estados Unidos de la mano del dramaturgo y director británico Lewis Hallam, y alcanza su máxima popularidad en 1828 con la aparición de Jump Jim Crow de Thomas Dartmouth, infame vodevil del género minstrel que mostraba a un blanco haciendo blackface y actuando “como negro” representando a un personaje con la piel pintada de negro, tonto, torpe, pobre y con discapacidad. La popularidad de tal atroz acto fue tal que incluso se nombró como “Leyes de Jim Crow” a las reglamentaciones segregacionistas y prohibicionistas promulgadas en 1876 que separaban a las personas negras de las blancas y que estuvieron en vigor hasta 1965, cuando el activismo negro y el movimiento por los derechos civiles logró su abolición. 

Por más antiguo que parezca, el blackface no se ha ido. Tan sólo esta misma navidad en España, la empresa de maquillaje Grima Spain declaró en sus redes sociales que su producto “Maquillaje 1001 piel oscura” es el más vendido para las cabalgatas de Reyes, argumentando que es la mejor opción cuándo “no se dispone de persona de color para representar al rey Baltasar”. La sola idea de poder “disponer” de una persona por ser “de color” demuestra precisamente el racismo que yace debajo de esta práctica reduccionista que interpreta y escenifica la negritud como un gesto meramente cosmético. La Cabalgada de Reyes de Alcoy es una de las tradiciones más arraigadas en Alicante, se celebra todos los 5 de enero desde finales del siglo XIX y se considera como de los eventos de mayor importancia a nivel turístico. En esta “fiesta” esta perfectamente bien normalizado el uso racista del blackface.

De esta forma el blackface sigue apareciendo frente nuestras narices todos los fines e inicios de año, a partir de la representación negativa y racista que se hace de Baltasar, el tercer rey mago que es “interpretado” por personas no-afrodescendientes e incluso con privilegios de blancura que se pintan la cara de negro o café oscuro para “parecerse” a aquel sabio que vino de oriente para entregar mirra al mesías recién nacido.  

Aquí en México es común encontrar a los tres reyes magos en las plazas públicas, parques o jardines de las capitales del país, a veces subidos en escenografías que aparentan ser sus animales y medios de transporte, listos para cobrar a los turistas por la fotografía, familias que pagan por retratar a sus niños, niñas y niñes junto a ellos. Baltasar es representado usualmente sobre un elefante, llevando un turbante y con el color de la piel mucho más oscura que Melchor o Gaspar. Si bien es cierto que disfrazarse de los Reyes Magos puede representar una alternativa económica para personas que viven en precaridad y que por ello trabajan en las calles, no hay que perder de vista que una identidad étnica y cultural no es un disfraz y que los elementos racistas de los que se compone ese disfraz fueron elecciones, decisiones tomadas por quienes así deciden disfrazarse.

La primera vez que supe de la existencia de Baltasar fue también durante mi infancia al ayudar a mi madre a colocar el nacimiento. Posiblemente uno de los primeros contactos que tuve con la negritud y lo prieto en mi vida fue al darme cuenta que de todas las piezas del nacimiento era Baltasar el que más se parecía a mi propio tono de piel, haberlo entendido en aquel momento como un sabio de una tierra lejana que tenía el poder de hacer magia llegó inspirarme y  marcarme de forma poética, junto con los diablitos y el ermitaño (estos tres personajes habitan el tarot por cierto: arcano I El Mago, arcano VIIII El Ermitaño y arcano XV El Diablo) se convirtieron en mis figuras e historias favoritas. Lamentablemente la mayor parte de las representaciones de la negritud y lo prieto que continuaron apareciendo en mi vida fueron brutalmente negativas.

México es un país racista que ha preferido consumir personajes ridículos inventados por la imaginación de la blanquitud antes de voltear a ver y reconocer a las comunidades negras, afromexicanas y originarias presentes en nuestra historia y territorio. Memin Pinguín historieta mexicana homónima creada por Yolanda Vargas Dulché en 1943, el personaje Tizoc de la película homónima de 1957 interpretado por Pedro Infante, El Negro Tomás personaje creado por Hector Suárez Gomís para la serie de televisión ¿Qué nos pasa? de 1986, Black Pitaya personaje creado e interpretado por el expresidente de Guatemala Jimmy Morales para el programa televisivo Moralejas desde el año 2000, Carrillo personaje interpetado por Alejandro Speitzer en la serie La cabeza de Joaquín Murrieta estrenada en Prime Video en 2023, son algunas de las figuras y productos culturales que perpetúan lo efectos de la matriz de dominación racista y con ello sus mecanismos de discriminación, inferiorización y violencia. Tanto sus creadores como sus públicos han ayudado a normalizar el racismo estructural del blakface y el brownface en latinoamerica y en México.

En Querétaro abundan esculturas decorativas representando a personas afrodescendientes en hoteles, corredores y fachadas del centro histórico, representados con la piel de color negro, sonriendo y vestidos con prendas que hacen referencia al trabajo en las plantaciones, como overoles y sombreros de paja. Se ha entendido a las poblaciones racializadas desde una lógica paternalista y condescendiente que los objetualiza reduciéndoles a la superficialidad de lo decorativo. En Bernal existe una conocida marca llamada “El Negrito” que utiliza esta misma imagen racista para promocionar sus productos y servicios, anunciado como un “concurrido restaurante en el pueblo mágico de Bernal”, afuera de sus establecimientos muestran estas mismas esculturas, incluyendo mojigangas de más de 3 metros de alto con las mismas características estéticas. Negar la gravedad de dichas representaciones negativas y la responsabilidad que tenemos frente a ellas es negar las estructuras de poder tanto sociales como internas que se movilizan y articulan gracias al racismo. No tener problema en convivir, interactuar y consumir personajes, figuras, imágenes y representaciones construidas a partir del racismo, como sucede con el personaje e imagen de Baltasar en la víspera de los reyes magos, demuestra lo normalizado que tenemos el racismo y por lo tanto también explica el porque hay prácticamente nulo interés en la experiencia de personas racializadas y sus formas de auto-representación, de sus historias y cosmovisiones, al mismo tiempo que la mirada colonial exhibicionista les despoja de una identidad real para llenarla con las obsesiones y complejos de la blanquitud, también se les niega un reconocimiento básico de existencia en el mundo fuera de esas jaulas conceptuales.

El argumento de que el teatro y la comedia pueden amparase en la libertad creativa de la ficción para “interpretar” personajes de a cualquier comunidad, grupo étnico o personas racializadas sin importar sus consecuencias es una mentira blanca. ¿Dónde están los actores, actrices, directores, dramaturgxs no-blancos?, ¿Por qué la blanquitud no se representa de forma negativa a sí misma?, ¿Por qué las personas blancas (con privilegio de blancura o blanqueadas por dentro) no se atreven a escenificarse a sí mismas como su propia invención?, ¿Es acaso que no han comprendido que esa “superioridad” que les da pase libre a representar negativamente a les otres es en sí misma una escenificación ficcional?, ¿Sabrán los blancos (o blanqueados) racistas que se interpretan todo el tiempo a sí mismos, cotidianamente, como protagonistas de este sistema-mundo mientras obligan a les otres a ocupar los márgenes para que así puedan satisfacer sus necesidades autoafirmación al confrontar lo que ellos mismos construyeron como exótico?

En el caso específico de la figura de Baltasar, dichas representaciones negativas son posibles gracias al racismo y el colonialismo, pero también al orientalismo, una forma de representación distorsionada de lo que occidente decidió nombrar “oriente” y los prejuicios y estereotipos que se tienen sobre él. El autor Edward W. Said define el orientalismo como “una proyección de Occidente sobre Oriente y su voluntad de gobernarlo”. El proyecto de expansión occidental implicó la denominación de todo lo que no fue posible occidentalizar (las sociedades y pueblos de Asia, África del Norte y “Oriente Medio”) como un reflejo esperpéntico de los valores culturales de occidente. Al mismo tiempo se impusieron diferencias dicotómicas que perviven hasta nuestros días: occidente/oriente, cultura/naturaleza, civilización/barbarie, moderno/salvaje, blanco/no-blanco, entre otras.

Hoy más que nunca vemos los estragos del colonialismo racista y los estereotipos sobre oriente en el flagrante genocidio en contra del pueblo palestino. Las necropolíticas del estado sionista de Israel apoyadas por Estados Unidos, han colonizado a gran parte de la población israelí convenciéndoles de deshumanizar a las víctimas en Gaza, aun cuándo el territorio palestino fue ocupado por los sionistas desde 1948. Aunque para el imaginario occidental, Palestina e Israel se consideran como naciones no-blancas vemos que los valores de la blanquitud y de limpieza étnica se han introducido en las subjetividades de algunos israelitas: youtubers disfrazados de palestinos se burlan de la brutalidad de las matanzas caricaturizándoles de la misma manera en la que el blackface lo hace con poblaciones de la afrodiáspora, y el brownface lo hace con prietxs y pueblos originarios. Este año la navidad se canceló en Belén, la ciudad que vio nacer a Cristo, debido al luto por más de 20 mil palestinos asesinados y el 85% de la población desplazada de la franja de Gaza, que permanece devastada después de casi tres meses de ataques. Acorde a la agencia de noticias Wafa y al reportaje de Imran Khan, este mismo 25 de diciembre, se realizó un ataque al campo de refugiades en Yenín, así como decenas de detenciones y el asesinato de un joven de 17 años. Cristo era palestino, judío y no-blanco, pero gracias a lo que podemos denominar como un proceso en reversa o inverso del blackface, la imagen de Cristo ha sido blanqueada a lo largo de la historia para reforzar la fantasía de superioridad blanca.

La persistencia y normalización del blackface en la cultura, hace evidente el entramado de relaciones de poder que permiten tanto el sostenimiento como la actualización y sofisticación de una matriz de dominación racista a su vez fincada en una antropología de la dominación en las cuales se eslabonan las diferencias que jerarquizan el mundo a partir del color de piel, los estereotipos raciales y las imposiciones coloniales, problemáticas que han definido y tratado pensadoras y escritoras del feminismo negro y descolonial como Patricia Hill Collins y Ochy Curiel, respectivamente. Por ello, es que viene siendo tiempo de repensar de forma autocrítica lo arraigado que tenemos dichos estereotipos y valores de la blanquitud, y como nos relacionamos a partir de ellos en nuestros círculos más cercanos, qué obras de teatro, productos culturales, piezas artísticas, marcas, comedia o espectáculos que continúan usufructuando del racismo consumimos cotidianamente.

Lechedevirgen

@lechedevirgen @maleficiocultural

Malecifio Cultural

Columna de crítica cultural antipatriarcal, anticolonial y antirracista: arte, género, disidencia sexual, salaciones, amarres, hechizos, talismanes, entierros, lecturas de mano y embrujos filosóficos.  

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