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Al Final del Arcoíris : Diversidad vs Adversidad sexual

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El martes 10 de Junio de 2014 me encontré con una imagen promocional que daba la vuelta por las redes sociales, la imagen fue publicada por la página en Facebook “Soy Gay Varonil” y consistía en una idea directa, clara y manifiesta, cuya leyenda decía : “28 DE JUNIO día internacional del ORGULLO GAY , HAY OTRAS MANERAS DE PEDIR SER ACEPTADOS / ESTE 28 DE JUNIO TERMINEMOS CON EL EXIBICIONISMO, NO MÁS MARCHAS” las palabras “orgullo gay” aparecían tachadas, mientras se incitaba a una curiosa iniciativa, donde se le pedía a todxs lxs miembros de la comunidad “no heterosexual” (por decirlo de alguna manera) a no participar en las respectivas convocatorias a marchas por el famoso “orgullo gay”.

Hace mucho que de manera personal y desde mi posición como performero loco, espiritista anarcobarroco, artivista y disidente sexual he decidido renunciar a las marchas por el orgullo. Perdí la fe en las marchas, al encontrarme caminando solo en medio de una multitud cargando banderas arcoíris, entre Drag Queens sobre carros alegóricos que me recordaron cuando acudía a las cabalgatas navideñas con mis padres a la edad de 7 años, en medio de osos, locas y cuerpos musculosos y aceitados protegidos por antifaces de lentejuelas y estolas de plumas de colores llamativos. Perdí la fe cuando en medio de tanta diamantina me costó olvidarme del olor a metal de la sangre, de los tobillos rotos en caída de tacón, de los cadáveres de activistas, de Agnes Torres, de Daniel Zamudio, de muchos otros y otras, cuando me pesó el bailar al ritmo de “YMCA” de Village People sobre las mismas calles donde se cometen injusticias a diario, cuando me di cuenta que un turista me tomaba fotografías, cuando me di cuenta que estábamos separados como en las caravanas de circo, en bloques-jaulas, lesbianas con lesbianas, elefantes con elefantes, gays con gays, tigres con tigres, trans con trans , avestruces con avestruces, sin dirigirse la palabra entre jaula y jaula, (¿Arca de Noé contemporánea?) cuando me di cuenta de que el supuesto colectivo del que en aquel entonces me sentía parte, no era otra cosa que un carnaval de misoginia, homonormatividad, clasismo, racismo y heterofobia internalizada. En ese momento me di cuenta que había perdido la fe, entonces me detuve como si algo se hubiera roto, mientras lxs demás en la marcha pasaban de largo esquivándome.

Yo no siento orgullo, siento rabia. A la fecha me pregunto ¿De qué están orgullosos? ¿Del matrimonio igualitario y la adopción en los casos que efectivamente repite de igual forma los mecanismos de la familia nuclear heteronormativa, del mercado rosa y sus condones gratuitos, de defender lo que creen que son, enclaustrados en categorías con reglas y castigos , categorías igual de fijas y monolíticas que la heterosexual? No lo sé. Donde ellos ven tolerancia, yo veo violencia, donde ven batallas ganadas, yo veo domesticación. Donde ven activismo, yo veo modas pasajeras.

Este mismo sentimiento de rabia lo sentí al ver esta imagen. ¿Por qué lo sentí si hasta ahora parece ser, claramente, que tampoco estoy a favor de las marchas? Mi ira vino desde adentro del estomago, al leer la frase “hay otras maneras de pedir ser aceptados”. Aunque quieran negarlo la superficialidad y el espectáculo en las marchas del orgullo es un hecho. Yo no me trago sus consideraciones de toma del espacio público. No veo lo efectivo en realizar una marcha en el espacio público donde las condiciones están pactadas, donde todo está bajo control, no veo lo político ahí, no veo la supuesta necesidad imperativa de visibilización a la que todos y todas le hacen eco, como si el fin de la marcha fuera un conteo estadístico de cuantos putos y machorras existimos en tal o cual lugar, como si en algún punto fuéramos a ganar por “mayoría” minoritaria y cesaran los asesinatos. ¿Visibilización? Visibilización cuando al besar a mi novio en un camión el conductor me agredió físicamente, cuando nos intentaron correr de una plaza, cuando casi pasó lo mismo en un bar, cuando a compañerxs lxs han perseguido, violentado, insultado; vaya que ahí fuimos visibles, sin anticipación, sin anuncios ni convocatorias, sin cerrar calles, ¿Qué otra visibilización quieren? Recuerdo el Stonewall Riot aquella madrugada del 28 de Junio de 1989, dentro de mí, aunque no estuve ahí, pues nací hasta el 91, pero mi memoria celular de “desviadx” me hace sentir lo que vivieron aquellos travestis, tortilleras y mariconas al ser atacados de manera violenta, al ser reducidos a mierda social a través de la fuerza policiaca. Dichos disturbios en New York causaron una respuesta furiosa y contundente, manifestaciones espontáneas, fuego contra fuego, en ese momento dejamos de ser los oprimidos, para volvernos su peor enemigo. ¿Cómo es que pasamos de romperle la madre a la policía a que ahora nos escoltan durante la “marcha del orgullo”? Aceptémoslo, las marchas ya no son ni la sombra del Stonewall Riot Spirit, pocxs saben y recuerdan esta cruda genealogía, mientras en Stonewall buscaban que los dejaran vivir, la mayoría de los y las involucradas en las marchas actuales buscan acceder a una normalidad, a un status quo que me parece patético. Por mí, pueden tachar las palabras “orgullo gay” cuantas veces quieran. Y peor aún, porque siempre tomamos a Stone Wall como el germen de toda disidencia? ¿Qué no el mismo Lemebel diría que aquel bar estaba lleno de gays blancos? ¿De dónde provienen nuestras genealogías del sur? Porqué no recordar esos ojos que dan pánico soñar?

Performance en «Traición», 2017. Proyecto Público, General Prim, Ciudad de México.

Volviendo a la imagen, tres aspectos de ella me parecieron dignos de revisión crítica inmediata, fueron, en primer lugar, la idea de –aceptación- como un recurso necesario, el segundo, la necesidad de hacer responsable al exhibicionismo de esta despolitización de las marchas, y por último, el ridículo y preocupante nombre de la página “Soy Gay Varonil”. No puedo evitar volcarme con toda la ira del mundo directo a la yugular de quien se le ha ocurrido escribir-diseñar-publicar tal estupidez. Yo, al menos, no quiero ser aceptado, no pido ser aceptado, no espero su tolerancia o aceptación, no voy mendigando desde una triste clasificación o categoría sexual (cooptada por el consumismo, el capitalismo rosa y un montón de sinsentidos más) un espacio y una aprobación. El mundo me pertenece por derecho, como le pertenece a todos y todas, el simple hecho de enunciarse como alguien que pide tolerancia o aceptación implica subordinarse al otro, legitimar al otro por encima de nuestros deseos, prácticas, identidades o cuerpos. Que no se me mal interprete, respeto a quienes deciden sumarse a las marchas y realizarlas, pero detesto profundamente cuando pierden su potencial político y subversivo. Recuerdo una anécdota cuando se realizó la sexta marcha lésbica en la ciudad de México apenas el año pasado, cuando un grupo de lesbianas cuir dinamitadoras decidieron utilizar su cuerpo como espacio de empoderamiento, escribiendo consignas sobre sus torsos desnudos, acto que les otorgó la penalización exquisita de ser expulsadas por el colectivo lésbico y sacadas de la marcha en cuestión bajo la triste premisa de que “esos actos no representaban al colectivo y no eran la imagen que se buscaba dar al resto de la población” Lo que pasa aquí es una cosa muy clara: domesticación. Nos están cortando los colmillos, las garras, los aguijones, nos quitan nuestras armas, nuestros mecanismos de defensa, nos destilan nuestra capacidad letal de envenenamiento, nos adiestran, nos castran y nos ponen a la venta en el mercado de todo a un dólar de las categorías sexuales, -gays y lesbianas con pedigrí, ­–adopte el suyo ahora.

Colaboración con La Pocha Nostra, Fotografía Herani HacHe., 2018.

Irónicamente mientras esta deplorable imagen denunciaba el exhibicionismo del las marchas del colectivo LGBTTIQWXYZ, terminaba por ensalzar uno de los aspectos más terribles de la mentalidad de la marica promedio y la lesbiana cool, la idea de andar de progress y modernas, domesticarse para caerle bien al susodicho estándar blanco, clase alta y heterosexual, entre otras cosas. Entiendo perfectamente a Guy Hocquenghem cuando veía como el frente «gay» pasaba a ser un producto más en el supermercado de la diversidad. Me recuerda también a las “sodomitas burguesas” que describe Paco Vidarte en “Ética Marica”, lo cual me lleva a analizar el nombre de la página de donde salió la susodicha imagen, “Soy Gay Varonil” cuyos administradores respondieron a las múltiples increpaciones y cuestionamientos de otras personas casi tan molestos como yo, diciendo, entre otras cosas, que el título de la página no buscaba discriminar a ningún grupo y si le hubiesen titulado “Soy Gay Femenil-Femenino” nadie hubiera dicho nada; a lo cual me parece necesario hacerles notar que más allá de la frase “en gustos se rompen géneros”, pues efectivamente es muy válido que a las personas les ponga y les guste cualquier cosa que les apetezca, esta página y su título sigue una serie de lógicas tan internas que son imperceptibles e invisibles para quienes la han creado y sus seguidores. “Soy Gay Varonil” encierra  severas implicaciones culturales, pues pone en evidencia la legitimación de ciertos sujetos sobre otros a través del espacio de la masculinidad, ser gay varonil, viril y/o masculino implica una reproducción de sistemas de condicionamiento genérico y sexual que destina privilegios a quienes realizan el papel o rol de “hombre”: ¿Cuánta homofobia interna existe en los espacios de “ambiente”, manifestándose en la discriminación que realizan a través de burlas y otros métodos los gays activos y masculinos hacia los gays pasivos y femeninos? Por dar tan sólo un ejemplo. Habría que ponerse a pensar cuáles fueron las motivaciones para abrir una página con ese nombre, para mí es evidente que se trata de un gusto silencioso e internalizado por los privilegios que supuestamente ofrece la masculinidad tradicional. “La Masculinidad es el opio de los putos” es una frase impresa en una de las pegatinas que diseña el artista y activista “Mr. Poper” Nicolás Marín, que explica brevemente a lo que me refiero.

Performance en «Traición», 2017. Proyecto Público, General Prim, Ciudad de México.

Aunque hay veces en las que me siento rebasado por la confusión y el desastre, confío en la reapropiación subversiva e inteligente del espacio público, aunque lo veo desde mi esquina del mundo y desde mi espiritismo anarcobarroco, confío en la acción directa, en el performance y la irrupción de actos potentes y radicales en forma de inyección situacionista que inoculen una dosis de conciencia: confío en los testículos de Piotr Pavlenski clavados a la plaza roja, en los pronunciamientos de las Yeguas del Apocalipsis saboteando mítines políticos de derecha, en el gallo atado al pene de Steven Cohen enfrente de la Torre Eiffel, en la plegaria punk  de las Pussy Riots dentro de la catedral de Cristo Salvador en Moscú, en todxs aquellxs que exponen sus cuerpos y vidas para generar un cambio profundo.

Algo me hace sospechar que no hay nada al final del Arcoíris. No luchemos por ser aceptados o tolerados, no luchemos por la olla de oro de un neoliberalismo con consignas multiculturalmente incluyentes, reinventemos y afilemos las capacidades de nuestros frentes, reinventemos nuestras estrategias, nuestras herramientas, también nuestras luchas e incluso el mundo si es necesario.

Lechedevirgen Trimegisto
Junio, 2014

*Originalmente públicado en la revista El Beisman, Chicago.

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